No era un sueño ni una pesadilla.
Tampoco lo fue en el baile. Era real, eran monstruos, seres cambiantes. La
furia dominaba su cuerpo, la memoria le fallaba en ese estado y no se acordaba
de lo que había hecho en algunos momentos. La calidez de su cuerpo crecía y las
ganas de aniquilar aumentaban. Su cabeza era un bombardeo constante, tenía que
salir de ahí. Impulsado por sus patas traseras, Linki echó a correr en
dirección a su casa. Algo que en treinta minutos conseguía, en ese momento
llegó en dos minutos y medio.
Por suerte la ventana de su
habitación estaba abierta. Dio un salto y se introdujo dentro de la sala sin
hacer el menor ruido. Estaba asustado y no conseguía calmarse. El corazón le
latía con mucha fuerza y el pecho le dolía de una manera exagerada.
“Tengo que calmarme” pensó.
A su cabeza llegaron, sin previo
aviso, las palabras que le había dicho su abuela esa tarde.
-Esta noche tan especial para ti.
“¿Qué quería decir con eso?”
Ella sabía algo, estaba convencido.
Si lograba hablar con ella podría arreglarse este desastre, le podría explicar
todo eso. Solo pensaba en poder entender la situación. Mirando a la luna
pensaba en todo aquello y en la serenidad que aquella anciana mujer le
proporcionaba, la confianza y el calor de una protección experimentada. Poco a poco los latidos de su corazón
disminuían y el pelaje comenzaba a desaparecer dejando tras de sí una brillante
piel sedosa y fuerte. Aunque parecía increíble, tenía la ropa intacta a pesar
de la dolorosa transformación. Sacó las gafas del bolsillo de la camisa para
ponérselas pero advirtió que con ellas no veía. ¿Vista curada? Sudaba, no sabía
si de los nervios o de la propia transformación pero notaba cambios en su
organismo. Músculos mejor formados y definidos, mayor agilidad y una vista,
oído y olfato más desarrollados. ¿Serían verdad todas las leyendas de los
hombres lobos?
-Buenos días cariño. -La voz de su
abuelo lo despertó.
-Buenos días – contestó medio
bostezando.
-Te traigo el desayuno – y se sentó
en la cama dejando la bandejita en la mesilla de noche.
-Huele muy bien – Linki se incorporó
dejando sitio a la amable anciana para que se sentara mejor.
-¿Qué tal te lo pasaste anoche? –
preguntó su abuela.
-Mmm, bien abuela – no sabía si
debía contárselo o no.
-¿Bebiste? – formuló esa pregunta
mirando el desorden de la habitación.
-Si, pero no es lo que tú te crees.-
Linki estaba avergonzado de que su abuela pudiera pensar que se emborrachó.
-Es hora de desayunar. Cómete todo
hijo que me tienes que llevar al centro comercial a comprar y con esos músculos
tan fuertes que tienes me servirás de mucha ayuda. Por cierto, ¿desde cuando
haces ejercicio? – aunque era una mujer muy cariñosa y dedicada a su familia,
lo estaba poniendo nervioso con tanto interrogatorio.
-Ya sabes que no me gusta el deporte
abuela – y se llevó una magdalena a la boca. A su abuela no le gustaba que sus
nietos hablaran con la boca llena. De ese modo no le haría más preguntas.
-Muy bien. Date prisa, hijo. Te
espero abajo. – Y una vez en la puerta, justo antes de cerrarla añadió – Y no
te acerques a la plata.
-¿Qué? – Linkshandige no entendía
a qué se refería su abuela. Siempre había sido un chico muy sano. Cogió los
cubiertos para cortar las tortitas pero un intenso dolor hizo que los soltara
de golpe. Se miró las manos y vio unas quemaduras que se curaron al instante. A
eso se refería su abuela. Tenía razón. Sabía la verdad.
0 comentarios:
Publicar un comentario