Recuerdos de un Ánima 54

miércoles, 1 de agosto de 2012


ESMERALDA 9

Con un paso increíblemente veloz, los dos jóvenes recorrían el bosque infinito con Esmeralda a la cabeza. Intentaban escapar de los jinetes que aparecían y desaparecían entre las sombras, abundantes en ese bosque.
-Tenemos que salir de aquí y llegar al claro – decía Esmeralda con la respiración entrecortada.
La luz del final del bosque ya se podía ver, al igual que la sonrisa de Carlos por conseguir salir de aquel infernal lugar.

Entraron en el claro y una luz solar los cegó por un instante. Giraron la cabeza y vieron como los jinetes retrocedían internándose en el bosque. Habían ganado la batalla.
-Regresemos a casa.
Carlos estaba deseando descansar pero Esmeralda estaba intranquila. Tenía un presentimiento de que los problemas no habían acabado, por lo menos para ella.

Ya con la noche cubriendo el reino, los dos jóvenes llegaron al castillo. Los guardias ordenaron que bajaran el puente levadizo y los chicos desmontaron para entrar a pie y dejar descansar a los caballos. Nada más pasar la gran puerta de hierro, Esmeralda fue apresada.
-¡Quietos! – ordenó Carlos.
-Lo siento, mi señor, pero son órdenes del Rey.
Antes de que pudiera replicar, Esmeralda desaparecía entre la multitud de guardias que la apresaban. Carlos estaba desorientado, no sabía que hacer. Entonces, unos guardias lo acompañaron al interior del castillo.

-Al fin en casa. Muy bien hecho mi leal caballero.
-Señor – comenzó a decir Carlos – Esmeralda fue quien rescató la espada.
-¡Silencio!
-No. – Todos en la corte lo miraron sin creer lo que acababa de ocurrir. Un caballero contradiciendo las órdenes del rey.
-Está acusada de traición a su reina.
-Pero te salvó la vida.
-Asesinó a una mujer de la realeza.
-¡Esa mujer era una bruja oscura! La bestia que guardaba la espada y quien la robó.
-Por favor – comenzó a decir el rey dirigiéndose a sus sirvientes – llevadlo a sus aposentos y que descanse. Mañana será un día duro.
Carlos escuchaba como la reina hablaba con su marido mientras él se alejaba.
-Pero él la ama…

Sin poder pegar ojo en toda la noche, el día fue como una eternidad en el infierno. Sin poder tener cerca de la mujer que amaba y sabiendo cual sería su destino, Carlos deseaba sufrir el mismo sino que Esmeralda, la muerte.
Con el cuerpo como cárcel, Carlos se dirigió a la plaza central del castillo donde iban a ejecutar a la doncella. Esmeralda se encontraba más pálida que nunca, atada a una viga igual que una bruja antes de ser quemada. En el trono ya se encontraba el rey mirando fijamente con el rostro no muy contento, y la reina a su lado con la cara llena de lágrimas. Era la primera vez que la veía llorar.
-Esta joven ha demostrado una gran valentía devolviendo a Arianrhod de nuevo a su hogar. Pero ha sido acusada de alta traición por el asesinato de su reina. Ya sabéis todos cual es el castigo ante tal crimen. Le concederé una muerte rápida y sin dolor con la misma espada que ha protegido durante todo el viaje. Que ella sea quien decida el destino de su alma.

El verdugo, con la cara tapada empuñó a Arianrhod, se acercó a la joven y sin más dilación atravesó su corazón con el arma. Todo el pueblo gritó ante la desconsolada mirada de Carlos. Esmeralda había cerrado los ojos para que la última imagen de su cabeza fuera el momento que pasó con Carlos. Unos murmullos hicieron a la joven abrir los ojos de nuevo. La espada estaba clavada en la viga, atravesando su corazón pero ella seguía viva.
-No me lo puedo creer – el rey rompió el silencio.
-¿Qué ha pasado? – preguntó la reina sorprendida.
- Arianrhod es un arma letal pero solo quita la vida a quien no merece vivir. Esmeralda es libre de toda acusación vertida contra ella.
El pueblo comenzaba a hablar sorprendidos, unos se alegraban, otros se asustaban. Fue entonces cuando el verdugo separó el arma de la viga y se la volvió a clavar a la joven. Estaba decidido a matarla.
-¡Quieto! – Carlos se abalanzó contra él despojándole de su máscara y la sorpresa fue aún mayor. El verdugo tenía su misma cara.
-David – exclamó Esmeralda al verlo.
-Hola hermano – el monje sonreía sarcásticamente a su hermano.
-Quieto Carlos. Ese joven fue quien nos contó toda la historia.
-Este hombre es mi gemelo, mi señor. Fue quien robó la espada.
-Yo no salí del monasterio – David se defendía.- Señor, puedo hacer un humilde conjuro con lo que aprendí en mi exilio para poder visualizar al verdadero traidor.
-De acuerdo. Elena, querida, ayuda a Esmeralda a bajar de la vida y con tus doncellas bañadla y ofrecedle todo lo que necesite. No podremos enmendar el terrible error cometido pero haremos que su vida aquí sea lo más placentera posible – pidió el favor a su esposa que estaba encantada de que la chica se hubiera salvado.

Una vez reunidos todos en la sala del trono, David empezó con su conjuro y poco a poco fueron saliendo imágenes de la pequeña hoguera formada allí dentro. Parecían dibujos desordenados de una historia. Se veía a Esmeralda luchando contra el dragón, a la Reina convertirse en la temible bestia. A la chica huir del castillo encontrándose con Carlos y huyendo ambos del bosque oscuro. Al final se vio claramente quien había robado la espada y como le mostraba fidelidad a la Reina oscura entregándosela. Era Carlos.
-Eso es imposible – se defendió el joven que ya se encontraba atrapado por los guardias.
-Es verdad – intentó involucrarse Esmeralda.
-Las imágenes no mienten – David estaba disfrutando de su momento de gloria. Fue en ese momento cuando Esmeralda recordó algo que le había comentado Carlos sobre los gemelos.
-Fue David. Hipnotizó a su hermano.
-¿Pero qué estás diciendo?
-Los gemelos poseen una magia especial entre si. Se sienten y pueden saber lo que piensa el otro. Con un poco de conocimiento de la magia, uno puede aprovecharlo y dominar la mente de su hermano.
No daban crédito a sus palabras pero en ese momento aparecieron nuevas imágenes en el humo de la hoguera. David hacía conjuros dominando a su hermano como una vil marioneta. David salía por las noches del monasterio e iba a visitar a la Reina de la que era fiel esbirro. Antes de acabar de ver esas imágenes, Esmeralda cogió la espada y se la clavó en el corazón al cruel monje. Este ardió en llamas convirtiéndose en cenizas.
-Arianrhod ha tomado su veredicto.

La mañana fue bastante intensa para todos y el reino tardó un rato en acostumbrarse a la normalidad pero había que celebrar el regreso de Arianrhod y la seguridad del reino.
-Es increíble lo que una humilde muchacha ha hecho por este reino. Arriesgó su vida por salvar la nuestra y no guardó rencor cuando la quisimos ejecutar. – El rey dio un discurso en homenaje a Esmeralda la cual estaba siendo alabada y vitoreada por todos, nobles y campesinos.
-Como bien sabéis, la protección de la espada debe ser asignada al heredero de la familia real pero como no hemos sido colmados de esa inmensa alegría, mi mujer y yo hemos decidido dejar a nuestra Arianrhod bajo la protección de Esmeralda.
Los gritos y los aplausos llenaban toda la corte.
-¿Qué está pasando? – le preguntó Esmeralda a Carlos.
-Que te acaban de nombrar princesa – contestó arrodillándose ante la joven. Esta se giró y vio a toda la corte, incluidos los caballeros que quedaban, arrodillados ante ella. La reina se hallaba frente a ella con la cabeza inclinada en señal de respeto y el rey le ofrecía la valiosa espada como señal de plena confianza, amor y fidelidad.
-No se qué decir.
-Solo acepta formar parte de nuestra familia. Una muchacha tan valiente como tú es la joya más valiosa de nuestro reino.
-Yo solo quiero vivir en un lugar donde me acepten, con la persona a la que amo – acabó esta frase mirando a Carlos.
-Eres princesa, querida, puedes elegir a tu futuro esposo.
La reina daba permiso bajo la sorprendente mirada del rey. Nunca se había celebrado un matrimonio real que no hubiera sido antes de pleno acuerdo.
-Desde luego tu llegada ha revolucionado el reino – bromeó Carlos agarrando a Esmeralda por la cintura y sellando su amor con un apasionado beso.



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