ESMERALDA 9
Con un paso increíblemente veloz, los dos
jóvenes recorrían el bosque infinito con Esmeralda a la cabeza. Intentaban
escapar de los jinetes que aparecían y desaparecían entre las sombras,
abundantes en ese bosque.
-Tenemos que salir de aquí y llegar al claro –
decía Esmeralda con la respiración entrecortada.
La luz del final del bosque ya se podía ver, al
igual que la sonrisa de Carlos por conseguir salir de aquel infernal lugar.
Entraron en el claro y una luz solar los cegó
por un instante. Giraron la cabeza y vieron como los jinetes retrocedían
internándose en el bosque. Habían ganado la batalla.
-Regresemos a casa.
Carlos estaba deseando descansar pero Esmeralda
estaba intranquila. Tenía un presentimiento de que los problemas no habían
acabado, por lo menos para ella.
Ya con la noche cubriendo el reino, los dos
jóvenes llegaron al castillo. Los guardias ordenaron que bajaran el puente
levadizo y los chicos desmontaron para entrar a pie y dejar descansar a los
caballos. Nada más pasar la gran puerta de hierro, Esmeralda fue apresada.
-¡Quietos! – ordenó Carlos.
-Lo siento, mi señor, pero son órdenes del Rey.
Antes de que pudiera replicar, Esmeralda
desaparecía entre la multitud de guardias que la apresaban. Carlos estaba
desorientado, no sabía que hacer. Entonces, unos guardias lo acompañaron al
interior del castillo.
-Al fin en casa. Muy bien hecho mi leal
caballero.
-Señor – comenzó a decir Carlos – Esmeralda fue
quien rescató la espada.
-¡Silencio!
-No. – Todos en la corte lo miraron sin creer lo
que acababa de ocurrir. Un caballero contradiciendo las órdenes del rey.
-Está acusada de traición a su reina.
-Pero te salvó la vida.
-Asesinó a una mujer de la realeza.
-¡Esa mujer era una bruja oscura! La bestia que
guardaba la espada y quien la robó.
-Por favor – comenzó a decir el rey dirigiéndose
a sus sirvientes – llevadlo a sus aposentos y que descanse. Mañana será un día
duro.
Carlos escuchaba como la reina hablaba con su
marido mientras él se alejaba.
-Pero él la ama…
Sin poder pegar ojo en toda la noche, el día fue
como una eternidad en el infierno. Sin poder tener cerca de la mujer que amaba
y sabiendo cual sería su destino, Carlos deseaba sufrir el mismo sino que
Esmeralda, la muerte.
Con el cuerpo como cárcel, Carlos se dirigió a
la plaza central del castillo donde iban a ejecutar a la doncella. Esmeralda se
encontraba más pálida que nunca, atada a una viga igual que una bruja antes de
ser quemada. En el trono ya se encontraba el rey mirando fijamente con el
rostro no muy contento, y la reina a su lado con la cara llena de lágrimas. Era
la primera vez que la veía llorar.
-Esta joven ha demostrado una gran valentía
devolviendo a Arianrhod de nuevo a su hogar. Pero ha
sido acusada de alta traición por el asesinato de su reina. Ya sabéis todos
cual es el castigo ante tal crimen. Le concederé una muerte rápida y sin dolor
con la misma espada que ha protegido durante todo el viaje. Que ella sea quien
decida el destino de su alma.
El verdugo, con la cara tapada
empuñó a Arianrhod, se acercó a la joven y sin más dilación atravesó su corazón
con el arma. Todo el pueblo gritó ante la desconsolada mirada de Carlos.
Esmeralda había cerrado los ojos para que la última imagen de su cabeza fuera
el momento que pasó con Carlos. Unos murmullos hicieron a la joven abrir los
ojos de nuevo. La espada estaba clavada en la viga, atravesando su corazón pero
ella seguía viva.
-No me lo puedo creer – el rey
rompió el silencio.
-¿Qué ha pasado? – preguntó la reina
sorprendida.
- Arianrhod es un arma letal pero
solo quita la vida a quien no merece vivir. Esmeralda es libre de toda
acusación vertida contra ella.
El pueblo comenzaba a hablar
sorprendidos, unos se alegraban, otros se asustaban. Fue entonces cuando el
verdugo separó el arma de la viga y se la volvió a clavar a la joven. Estaba
decidido a matarla.
-¡Quieto! – Carlos se abalanzó
contra él despojándole de su máscara y la sorpresa fue aún mayor. El verdugo
tenía su misma cara.
-David – exclamó Esmeralda al verlo.
-Hola hermano – el monje sonreía
sarcásticamente a su hermano.
-Quieto Carlos. Ese joven fue quien
nos contó toda la historia.
-Este hombre es mi gemelo, mi señor.
Fue quien robó la espada.
-Yo no salí del monasterio – David
se defendía.- Señor, puedo hacer un humilde conjuro con lo que aprendí en mi
exilio para poder visualizar al verdadero traidor.
-De acuerdo. Elena, querida, ayuda a
Esmeralda a bajar de la vida y con tus doncellas bañadla y ofrecedle todo lo
que necesite. No podremos enmendar el terrible error cometido pero haremos que
su vida aquí sea lo más placentera posible – pidió el favor a su esposa que
estaba encantada de que la chica se hubiera salvado.
Una vez reunidos todos en la sala
del trono, David empezó con su conjuro y poco a poco fueron saliendo imágenes
de la pequeña hoguera formada allí dentro. Parecían dibujos desordenados de una
historia. Se veía a Esmeralda luchando contra el dragón, a la Reina convertirse en la
temible bestia. A la chica huir del castillo encontrándose con Carlos y huyendo
ambos del bosque oscuro. Al final se vio claramente quien había robado la
espada y como le mostraba fidelidad a la Reina oscura entregándosela. Era Carlos.
-Eso es imposible – se defendió el
joven que ya se encontraba atrapado por los guardias.
-Es verdad – intentó involucrarse
Esmeralda.
-Las imágenes no mienten – David
estaba disfrutando de su momento de gloria. Fue en ese momento cuando Esmeralda
recordó algo que le había comentado Carlos sobre los gemelos.
-Fue David. Hipnotizó a su hermano.
-¿Pero qué estás diciendo?
-Los gemelos poseen una magia
especial entre si. Se sienten y pueden saber lo que piensa el otro. Con un poco
de conocimiento de la magia, uno puede aprovecharlo y dominar la mente de su
hermano.
No daban crédito a sus palabras pero
en ese momento aparecieron nuevas imágenes en el humo de la hoguera. David
hacía conjuros dominando a su hermano como una vil marioneta. David salía por
las noches del monasterio e iba a visitar a la Reina de la que era fiel esbirro. Antes de acabar
de ver esas imágenes, Esmeralda cogió la espada y se la clavó en el corazón al
cruel monje. Este ardió en llamas convirtiéndose en cenizas.
-Arianrhod ha tomado su veredicto.
La mañana fue bastante intensa para
todos y el reino tardó un rato en acostumbrarse a la normalidad pero había que
celebrar el regreso de Arianrhod y la seguridad del reino.
-Es increíble lo que una humilde
muchacha ha hecho por este reino. Arriesgó su vida por salvar la nuestra y no
guardó rencor cuando la quisimos ejecutar. – El rey dio un discurso en homenaje
a Esmeralda la cual estaba siendo alabada y vitoreada por todos, nobles y
campesinos.
-Como bien sabéis, la protección de
la espada debe ser asignada al heredero de la familia real pero como no hemos
sido colmados de esa inmensa alegría, mi mujer y yo hemos decidido dejar a
nuestra Arianrhod bajo la protección de Esmeralda.
Los gritos y los aplausos llenaban
toda la corte.
-¿Qué está pasando? – le preguntó
Esmeralda a Carlos.
-Que te acaban de nombrar princesa –
contestó arrodillándose ante la joven. Esta se giró y vio a toda la corte,
incluidos los caballeros que quedaban, arrodillados ante ella. La reina se
hallaba frente a ella con la cabeza inclinada en señal de respeto y el rey le
ofrecía la valiosa espada como señal de plena confianza, amor y fidelidad.
-No se qué decir.
-Solo acepta formar parte de nuestra
familia. Una muchacha tan valiente como tú es la joya más valiosa de nuestro
reino.
-Yo solo quiero vivir en un lugar
donde me acepten, con la persona a la que amo – acabó esta frase mirando a
Carlos.
-Eres princesa, querida, puedes
elegir a tu futuro esposo.
La reina daba permiso bajo la
sorprendente mirada del rey. Nunca se había celebrado un matrimonio real que no
hubiera sido antes de pleno acuerdo.
-Desde luego tu llegada ha
revolucionado el reino – bromeó Carlos agarrando a Esmeralda por la cintura y
sellando su amor con un apasionado beso.
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