LAZOS DE SANGRE 3
Ojos extraños, uñas y garras. Todo
estaba borroso y ocurría demasiado deprisa. Rugidos y aullidos ensordecían a
los presentes y ahogaban los posibles gritos de ayuda. El ruido de un trueno
despertó a Linkshandige
envuelto en sudor. ¿Una pesadilla? Era tan real…
-Felicidades chicos. Tenéis un cerebro
excelente. Nos vemos el año que viene. Pasad un buen verano.
-Gracias profesor García.
Fin de curso y todo aprobados. Ni un solo
suspenso en toda la clase y con matrícula. Todos les llamaban cerebrines pero
en realidad eso es lo que eran, unos grandes cerebros. Tenían tos meses de
descanso por delante antes de volver a las clases y al estrés que suponía
aquello, ver caras conocidas y algunas indeseables.
-¿Qué vais a hacer este verano? – se preguntaban
unos a otros en la cafetería.
-Yo arreglaré el clásico que mi padre compró
hace unas semanas en el concesionario de Juan.
-¿Y tú Linki?
-No tengo ni idea. – Solo pensaba en Carla. En
como una chica como ella estaba en una pandilla como esa. ¿Qué la aferraba?
-Vamos Linkshandige, déjalo ya. Ella decidió ir
con ellos.
-Chicos, chicos… - Pedro estaba asfixiado de
tanto correr. Había ido a hablar por teléfono y la noticia lo había emocionado
tanto que se había olvidado de su asma para ir corriendo a contárselo a los
demás.
-¿Qué?
-Mi hermano viene de Canadá a pasar el verano.
Llegará esta tarde y pensamos hacer una fiesta, ¿os apuntáis?
El hermano de Pedro era todo lo distinto al
grupo que Linkshandige observaba cuando miraba a sus compañeros de clase. Los
chicos eran delgaduchos, alérgicos a muchas cosas, asmáticos y retraídos. El
hermano de Pedro era un gran atleta con mucho éxito entre las mujeres. La
diversión estaba asegurada cuando él estaba cerca.
-Por qué no. Nos vendrá bien un poco
de diversión – contestó Linkshandige.
-Perfecto. Voy a reservar ese Pub nuevo que
abrieron la semana pasada en el casco. Quedamos a medianoche, ¿Vale?
-Allí nos vemos.
Linki tenía esa tarde en su casa su propia
fiesta. Unos familiares habían venido de Holanda para pasar unos días en
familia y felicitar al chico por su fin de curso.
-Gracias, de verdad, no tendríais que haberos
molestado.
-Todo buen trabajo merece su recompensa, Linkshandige.
Lo colmaban de regalos y, aunque ya tenía veinte
años, sus abuelos seguían dándole dinero siempre que podían.
-Gracias – contestó con una sonrisa a su abuela
cuando le dio doscientos euros.
-Para la fiesta de esta noche – le susurró al
oído.
-¿Pero cómo sabes…? – su abuela le guiñó un ojo
y se llevó el dedo a la boca en señal de silencio. Siempre había sido tan
misteriosa pero muy divertida.
-Hoy será tu noche.
-Tú siempre con tus misterios abuela.
Y no se equivocaba la abuela. Esa noche
cambiaría la vida de Linkshandige por completo.
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