Sueños de Plata 9
Tenía prisa por volver al castillo, bañarme y que nadie me viera. No sabía
que hacer, tenía que pensar. Pero en ese momento no podía, solo quería estar
bien, cómoda. Por suerte en la puerta del castillo no había nadie, ni en los
interiores.
-Qué raro – me dije.
Subí a mi habitación y me metí en la bañera, el lugar perfecto para pensar.
-¿Cómo puedo ser yo el licántropo? – empecé a hablar conmigo misma. –
Ninguna mujer ha heredado los genes y mis hermanas no los tienen. Pero si mi
padre me dio la daga, eso quiere decir que de pequeña me debí transformar en
algún momento, pero mi madre nunca ha mostrado signos de saber nada de esto.
Sería un secreto que compartía con mi padre. ¿Pero por qué me puedo transformar
a mi antojo? La luna me influirá como a todos pero, sin luna llena... Estoy
segura que todo empezó con la muerte de mi padre. Aquella incesante venganza que
sentía en mi interior, era como si un animal influyera dentro de mi. Y lo que
dijo mi padre, siempre fui una buena rastreadora. ¡Pues claro!
Un ruido cortó en seco mi soliloquio. Salí de la bañera y me vestí. Me
había quitado toda la sangre de encima. Llevaba puesto el collar de aquel
cazador. ¿Por qué diablos había hecho semejante estupidez? Sería mi parte
animal, que ansiaba llevar su trofeo consigo. Mejor eso que una cabeza humana,
la verdad. Caminaba por el pasillo pero no conseguía escuchar nada ni oler
nada. Era como si el castillo hubiera quedado desierto, pero yo sabía que el
conde Varus aún estaba dentro. Llegué a la biblioteca, desierta como el resto
de la mansión. Estaba completamente a oscuras, excepto un trozo de pared tapado
con una cortina gigante. La tenue luz de dos velitas me dejaba verlo. Corrí la
cortina y ví clavado en la pared un árbol genealógico.
Familia Varus
Normal, es su mansión, la vivienda familiar. Vi que el último miembro era
Varus.
-¿Nacido en 1689? – Me extrañé de la fecha, ya que estábamos en 1880.
Comencé a mirar subiendo al origen para buscar alguna explicación y ví un
nombre que me sonaba a mitad tabla, allá por el siglo XV. Conde Vlad Draculea
Tepes.
-Vampiros – fue lo único que pude decir. Por eso no envejecía el conde,
pero... Estaba en la mansión de mi enemigo. Por eso cazaba Varus a los lobos.
Intentaban mantener un equilibrio natural entre vampiros y hombres lobo. Era
una guerra natural.
-Exacto – me asusté y me di la vuelta. Varus estaba allí, mirándome.
¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No le había oído llegar.
-Pero... – estaba asustada.
-Somos una familia de vampiros. Cazadores de vuestra raza.
-¿Por eso acabaste con mi padre?
-Tuve que hacerlo para poder tener el descanso eterno.
-Maldito hijo de ... – me abalancé sobre él para arañarle la cara pero me
caí al suelo. No encontré cuerpo físico con el que chocarme. - ¿Qué diablos de
ser eres tú?
-Si te tranquilizas te lo contaré todo. Hace muchos años, vivía aquí, con
mi servicio, y una noche que salí de caza rescaté a un pobre niño de las garras
de un feroz lobo. Aquel can era tu abuelo. Le disparé una flecha de plata y
salió huyendo. Murió a causa del envenenamiento que le produjo la plata al
contacto con su sangre, no sin antes llevarme un mordisco suyo. Con un gran
dolor llevé al niño a mi casa mientras me intentaban curar la herida que no
cicatrizaba, hecho inusual en un vampiro ya que al igual que vosotros, tenemos
la misma regeneración celular. Pasaron semanas y cada vez me debilitaba. Tenía
alucinaciones y sueños extraños en el que veía a una joven doncella. Tú. Podía
ver el futuro de aquel ser que me mordió. Vi tu dulce rostro. Tu hermosura... Me
enamoré de tí. Pero en los días siguientes, el médico que me atendió consiguió
ver el problema. Una mordedura de hombre lobo era mortal y muy venenosa para un
vampiro. Tenía los días contados. Me estaba muriendo pero no me podía ir
tranquilo. En mis sueños vi como el cazador al que salvé te mataba. Quería
venganza por el asesinato de toda su familia. Por eso le di ese collar. Es la
herramienta que todos utilizabamos. Quería que llegara hasta ti y que te
trajera a mi morada. En cuanto te ví supe que tenías algo especial. Eras la
primera mujer que había heredado el gen canino y había sobrevivido. Eras
fuerte. Solo tuve que hacerlo florecer. Por eso envenené a tu padre. Para que
sintieras toda la rabia necesaria para entrar en fase y poder acabar con tu
mayor amenaza, el cazador.
-Eres un maldito bastardo egoísta.
-Solamente quería irme en paz. Como has podido comprobar, soy un fantasma.
Atado aquí por mi lugar de fallecimiento. No puedo salir de esta mansión. No
podía irme al otro lado sin saber que estabas a salvo. Se que lo que te he
hecho no tiene perdón, pero era la única manera de salvarte. Lo siento.
Y con una tenue luz desapareció cual nube con el viento. Miré el árbol
genealógico de nuevo y no había advertido la fecha de fallecimiento de Varus. Estaba
puesta hace cuarenta y cinco años. Normal, si hubiera visto eso desde el
principio, todo estaría más claro. Pero en ese momento ocurrió algo que casi
hace que me desmaye. El árbol se borró por completo excepto el primer nombre
de la lista. Enfoqué la vista y lo conseguí leer.
Luna Lázaro
Aquel era mi nombre. Pensando descubrí que el conde Varus me había dejado
su casa en herencia, y al parecer, todo su servicio, ya que las luces volvieron
a iluminarlo todo y la gente comenzó a pasearse de un lado al otro del castillo.
-¿Qué desea hacer, Baronesa? – me preguntó un hombre mayor. ¿Baronesa yo?
Vaya.
-Quiero traer a mi familia aquí.
-Como desee. Ahora mismo mando un carro a casa de su madre y sus hermanas.
-Pero entrégales esta carta.
Era una papel en el que le explicaba todo lo sucedido. Esperaba que lo
comprendiera. Pero cómo no iba a hacerlo, si era mi madre...
Fin.
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