Recuerdos de un Ánima 39

martes, 29 de mayo de 2012


Sueños de Plata 9

Tenía prisa por volver al castillo, bañarme y que nadie me viera. No sabía que hacer, tenía que pensar. Pero en ese momento no podía, solo quería estar bien, cómoda. Por suerte en la puerta del castillo no había nadie, ni en los interiores.
-Qué raro – me dije.
Subí a mi habitación y me metí en la bañera, el lugar perfecto para pensar.
-¿Cómo puedo ser yo el licántropo? – empecé a hablar conmigo misma. – Ninguna mujer ha heredado los genes y mis hermanas no los tienen. Pero si mi padre me dio la daga, eso quiere decir que de pequeña me debí transformar en algún momento, pero mi madre nunca ha mostrado signos de saber nada de esto. Sería un secreto que compartía con mi padre. ¿Pero por qué me puedo transformar a mi antojo? La luna me influirá como a todos pero, sin luna llena... Estoy segura que todo empezó con la muerte de mi padre. Aquella incesante venganza que sentía en mi interior, era como si un animal influyera dentro de mi. Y lo que dijo mi padre, siempre fui una buena rastreadora. ¡Pues claro!
Un ruido cortó en seco mi soliloquio. Salí de la bañera y me vestí. Me había quitado toda la sangre de encima. Llevaba puesto el collar de aquel cazador. ¿Por qué diablos había hecho semejante estupidez? Sería mi parte animal, que ansiaba llevar su trofeo consigo. Mejor eso que una cabeza humana, la verdad. Caminaba por el pasillo pero no conseguía escuchar nada ni oler nada. Era como si el castillo hubiera quedado desierto, pero yo sabía que el conde Varus aún estaba dentro. Llegué a la biblioteca, desierta como el resto de la mansión. Estaba completamente a oscuras, excepto un trozo de pared tapado con una cortina gigante. La tenue luz de dos velitas me dejaba verlo. Corrí la cortina y ví clavado en la pared un árbol genealógico.

Familia Varus

Normal, es su mansión, la vivienda familiar. Vi que el último miembro era Varus.
-¿Nacido en 1689? – Me extrañé de la fecha, ya que estábamos en 1880. Comencé a mirar subiendo al origen para buscar alguna explicación y ví un nombre que me sonaba a mitad tabla, allá por el siglo XV. Conde Vlad Draculea Tepes.
-Vampiros – fue lo único que pude decir. Por eso no envejecía el conde, pero... Estaba en la mansión de mi enemigo. Por eso cazaba Varus a los lobos. Intentaban mantener un equilibrio natural entre vampiros y hombres lobo. Era una guerra natural.
-Exacto – me asusté y me di la vuelta. Varus estaba allí, mirándome. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No le había oído llegar.
-Pero... – estaba asustada.
-Somos una familia de vampiros. Cazadores de vuestra raza.
-¿Por eso acabaste con mi padre?
-Tuve que hacerlo para poder tener el descanso eterno.
-Maldito hijo de ... – me abalancé sobre él para arañarle la cara pero me caí al suelo. No encontré cuerpo físico con el que chocarme. - ¿Qué diablos de ser eres tú?
-Si te tranquilizas te lo contaré todo. Hace muchos años, vivía aquí, con mi servicio, y una noche que salí de caza rescaté a un pobre niño de las garras de un feroz lobo. Aquel can era tu abuelo. Le disparé una flecha de plata y salió huyendo. Murió a causa del envenenamiento que le produjo la plata al contacto con su sangre, no sin antes llevarme un mordisco suyo. Con un gran dolor llevé al niño a mi casa mientras me intentaban curar la herida que no cicatrizaba, hecho inusual en un vampiro ya que al igual que vosotros, tenemos la misma regeneración celular. Pasaron semanas y cada vez me debilitaba. Tenía alucinaciones y sueños extraños en el que veía a una joven doncella. Tú. Podía ver el futuro de aquel ser que me mordió. Vi tu dulce rostro. Tu hermosura... Me enamoré de tí. Pero en los días siguientes, el médico que me atendió consiguió ver el problema. Una mordedura de hombre lobo era mortal y muy venenosa para un vampiro. Tenía los días contados. Me estaba muriendo pero no me podía ir tranquilo. En mis sueños vi como el cazador al que salvé te mataba. Quería venganza por el asesinato de toda su familia. Por eso le di ese collar. Es la herramienta que todos utilizabamos. Quería que llegara hasta ti y que te trajera a mi morada. En cuanto te ví supe que tenías algo especial. Eras la primera mujer que había heredado el gen canino y había sobrevivido. Eras fuerte. Solo tuve que hacerlo florecer. Por eso envenené a tu padre. Para que sintieras toda la rabia necesaria para entrar en fase y poder acabar con tu mayor amenaza, el cazador.
-Eres un maldito bastardo egoísta.
-Solamente quería irme en paz. Como has podido comprobar, soy un fantasma. Atado aquí por mi lugar de fallecimiento. No puedo salir de esta mansión. No podía irme al otro lado sin saber que estabas a salvo. Se que lo que te he hecho no tiene perdón, pero era la única manera de salvarte. Lo siento.

Y con una tenue luz desapareció cual nube con el viento. Miré el árbol genealógico de nuevo y no había advertido la fecha de fallecimiento de Varus. Estaba puesta hace cuarenta y cinco años. Normal, si hubiera visto eso desde el principio, todo estaría más claro. Pero en ese momento ocurrió algo que casi hace que me desmaye. El árbol se borró por completo excepto el primer nombre de la lista. Enfoqué la vista y lo conseguí leer.

Luna Lázaro

Aquel era mi nombre. Pensando descubrí que el conde Varus me había dejado su casa en herencia, y al parecer, todo su servicio, ya que las luces volvieron a iluminarlo todo y la gente comenzó a pasearse de un lado al otro del castillo.
-¿Qué desea hacer, Baronesa? – me preguntó un hombre mayor. ¿Baronesa yo? Vaya.
-Quiero traer a mi familia aquí.
-Como desee. Ahora mismo mando un carro a casa de su madre y sus hermanas.
-Pero entrégales esta carta.
Era una papel en el que le explicaba todo lo sucedido. Esperaba que lo comprendiera. Pero cómo no iba a hacerlo, si era mi madre...

Fin.

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