Sueños de Plata 3
Según avanzaba el día y llegaba la noche el ruido de pisadas y gritos se
hacía más fuerte. Las huellas de lobo habían desaparecido y en su lugar estaba
divisando huellas de hombre, de botas. Me asustaba, no lo podía comprender. ¿Un
hombre que se convierte en lobo? Era ilógico, una locura. Y si fuera cierto,
podría ser cualquiera. ¿Alguien sabía eso?
Cayó la noche sin darme cuenta. Yo seguía en mis aterradores pensamientos.
Los ruidos y gritos de los grupos de cazadores seguían, y los rugidos de los
lobos también. Debían haber abatido a algunos, porque cesaron bastantes y en su
lugar se oyeron gritos de alegría. Unos gritos y luces de antorchas que se
dirigían hacia donde yo estaba, y eso solo podía significar una cosa. Habían
seguido más huellas; había un lobo acechándome.
-Idiota, ¿cómo no me he podido dar cuenta? – me dije a mi misma empuñando
el cuchillo de mi padre. Era una chica con buenos reflejos y sentidos audaces.
Tendría que haberme dado cuenta. Pero no me dio mucho mas tiempo para pensar.
Un ruido proveniente de mi espalda me alertó y al girarme vi un enorme lobo
negro abalanzándose sobre mí. Sin pensarlo le clavé el puñal en el costado,
pero era demasiado grande como para que le afectase. Le provoqué una herida
superficial aunque conseguí derribarle. Acto seguido, la criatura se levantó y
comenzó a andar hacia mí. Yo estaba sentada en el suelo, con miedo a
incorporarme por si el animal me atacaba. Cuando llegó a mi, se quedó mirándome
a los ojos, respirando profundamente, sin hacerme nada, solo mirándome,
confundido.
-¡Ahí hay otro! – el grito de un cazador y las posteriores lanzas
ahuyentaron a la bestia.
-¿Estas bien Luna? – me preguntó un hombre.
-Si.
-¿Qué haces aquí?
-En busca de mi padre.
-Es demasiado peligroso para tí.
-Ve a casa – me dijo otro.
-No, esperad – el que me conocía se paró a pensar. Se había dado cuenta de
una cosa.
-¿Qué pasa? – le pregunté.
-No os habeis dado cuenta de que al mirar a la cara a Luna, el lobo no la
ha atacado. La conoce. Ella puede llevarnos hasta él. Es el único que nos
queda por exterminar.
-Está bien, vamos.
Acababa de formar parte del grupo de caza. Podría hacer algo por mi misma.
Y lo más extraño era lo que había dicho el cazador, el lobo me conocía.
-Pero... ¿Sabeis lo que son esas bestias? – le pregunté al hombre.
-Lo intuíamos. Las leyendas son ciertas. Son hombres lobo, de las dos
aldeas. Compañeros nuestros con antepasados diferentes. Los colonos de este
lugar.
-¿Y puede ser cualquiera? – no daba crédito a lo que escuchaba mientras
seguíamos las marcas de sangre que había dejado el lobo.
-Si. Parece ser que solo se transforman con luna llena. Solo atacaban al
ganado ya que necesitaban carne cruda para poder mantener activo el poder de
regeneración celular. Pero al comenzar está dichosa guerra entre aldeas, la
gente comenzó a buscarlos, y para defenderse, empezaron a atacar a los hombres.
Solamente la plata puede matarlos o impedir la transformación.
Miré mi puñal, era de plata.
-Si, tu puñal seguramente habra obligado al lobo a transformarse en humano
y de esa manera hacerle cicatricar más lentamente. Podremos darle caza.
Estábamos siguiendo a un monstruo sanguinario, que se sentía atacado pero
que a la vez le complacía matar, disfrutaba con ello y se alimentaba de sus víctimas.
Solo esperaba que mi padre se encontrara con vida.
-¡Aquí! – gritó uno de repente.
-¿El lobo? – pregunté.
-No, tu padre – estaba muerto, seguro. Me eche las manos a la cabeza y
comencé a llorar sin atreverme a ver el cuerpo.
-Está vivo – escuche que decía uno.
Me acerqué corriendo. Estaba tendido en el suelo con la ropa desgarrada y
toda la camisa manchada de sangre. Le ayudaron a levantarse.
-¿Estás bien, Josh? – le preguntó un aldeano.
-Si no os preocupeis. El lobo se ha marchado hacia allí – señaló unas
huellas que se alejaban. –Toda mi partida fue abatida, pero conseguí salir.
-Papá – corrí a abrazarle. No se sorprendió de verme.
-Sabía que te escaparías de casa.
-Será mejor que descansemos un rato. Vamos a explorar la zona. Vosotros
coged leña, montaremos una hoguera. Luna, cura a tu padre.
-De acuerdo.
Toda la gente se dispersó para realizar las tareas encomendadas de manera
que nos quedamos solos mi padre y yo. Le quité la camisa para curarle las
heridas pero no comprendía lo que estaba viendo. Solamente tenia una. Igual a
la que acababa de ver en aquel animal. Lo miré a los ojos y le hice una
pregunta.
-Papá, la sangre de tu camisa no es tuya, ¿verdad?
Con una leve sonrisa levantó el dedo y me lo puso en el labio. Silencio.
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