Recuerdos de un Ánima 32

miércoles, 9 de mayo de 2012


Sueños de Plata 4


-¿Pero como...? – no entendía como era posible, mi padre, un hombre lobo.
-No tuve más remedio.
-¡Eres un asesino!
-No. Me obligaron a salir con ellos de expedición en luna llena. No puedo evitar transformarme cuando la luz de la luna toca mi piel. El instinto asesino solamente lo tengo en lobo. No soy capaz de controlarme.
-Pero te detuviste al ir a atacarme a mí.
-Eres mi hija, hay un vínculo que nos une.
-¿Y no hay manera de evitar que te transformes?
-Si, la plata. El cuchillo que te regalé, ha ido pasando de padre a hijo. Es un amuleto que nos evitaba la transformación.
-¿Quieres decir que yo soy...?
-No, solamente los varones heredamos el gen. No podía quedarme la joya familiar porque al cumplir mi primogénito dieciocho años, se vuelve inútil conmigo, así te daría algo con que protegerte de mí.
-Pero me acabas de decir que nos une un vínculo, nunca me atacarías.
-Si, pero cuanto más tiempo pasa sin transformarse un licántropo, más feroz es cuando recobra la forma lobuna. Puede llegar a no reconocer a sus seres. Llevo sin transformarme 10 años, desde que empezaste a escaparte al bosque.

El ruido de las pisadas de los cazadores interrumpieron nuestra conversación. Mi padre no era un asesino, pero tenía que sobrevivir. Lo quería, pasara lo que pasara. Puede que aunque no hubiera heredado los genes licántropos, si que hubiera cogido los instintos desarrollados como el olfato y el oído. Siempre fui buena rastreadora, siempre encontraba lo que quería, y en ese momento quería encontrar a mi padre.
-¿Hasta donde nos llevará esta expedición? – le susurré a mi padre al oído. Me hizo una mueca de ignorancia. Solo quedaba un lobo, y era él.
-Descansaremos aquí esta noche, bajo el refugio de esta hoguera. Haremos guardia para que no se apague.
-¿Tanta importancia tiene el fuego? – pregunté.
-El fuego ahuyenta a los lobos, no se acercará.
-¿Pero cómo sabes que aún queda alguno? ¿No los habéis exterminado a todos?
-Mira, Luna. Este collar de plata que llevo colgado al cuello me lo regaló el Conde Varus cuando tenía cinco años. Me acogió en su mansión después de que mis padres fueran asesinados por los lobos. Él era un experto cazador y me salvó de esas bestias. Me enseñó a cazarlos y me regaló esta joya de playa. Cada cuenta brillante corresponde a  los lobos vivos que habitan este bosque y sus alrededores. Solamente queda una cuenta brillante. Seguiremos sus huellas, pero por la mañana.
Temía por la vida de mi padre. No quería perderlo y tenía la misma sensación que aquella noche, cuando partió con los cazadores. Y cada vez estaban más animados, solo quedaba un lobo y una noche más de luna llena. Aunque de los cien que salieron, solo quedaron veinte, la energía y las ganas de exterminar a la raza canina no habían desaparecido.

La marcha comenzó con el primer rayo de sol. Seguimos las pisadas del supuesto lobo, pero no sabían que eran pistas falsas que había dejado mi padre la noche anterior. Poco a poco nos íbamos alejando del bosque, y de los dominios de las dos aldeas. La arena de nuestros pies tornaba blanda y fina. Poco a poco se iba formando un camino que llegaba hasta una mansión, la cual divisamos sobre el mediodía.
-¿Quien vive aquí? Tan lejos de la civilización.
-El Conde Varus – contestó el cazador de la joya de plata.
-Quizá sea él el lobo – añadió mi padre para despistar.
-Lo dudo – contestó el cazador.
-¿Por qué estás tan seguro? – le pregunté. Quería apoyar la acusación de mi padre – Podría ser cualquiera y las huellas llegan hasta aquí.
El cazador se resignaba a pensar que el hombre que le salvó la vida, fuera en realidad el asesino de sus padres.
-Averigüémoslo – y dicho esto, entramos en el territorio de aquella mansión. Un territorio lóbrego. No pude evitar sentir un escalofrío.

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