Recuerdos de un Ánima 34

sábado, 12 de mayo de 2012


Sueños de Plata 5

Joven, apuesto, gallardo, así era el Conde Varus. A pesar de tener más años que aquel cazador, apenas aparentaba mis diecinueve años. Podría ser el hombre lobo, sino supiera que era mi padre. Pero aquel hombre era muy joven, y los licántropos envejecían.
-Buenos días Conde.
-Buenos días. ¿Qué te trae por aquí amigo? – aún se acordaba del cazador.
-Como bien sabes es noche de lobos. Queda solamente uno – le enseñó el collar – y sus huellas han llegado hasta aquí.
-Entiendo – comprendía a la perfección lo que su amigo le estaba diciendo.
-Y queremos saber... – continuó diciendo.
-¿Eres tú el hombre lobo? – pregunté.
-No – contestó seguro de si mismo.
-Eso ya lo sabíamos – se apresuró a aclarar el cazador.
-Eso es lo que dices tú, pero yo no me fío.
-Es normal que desconfieis. Todas las pistas llegan hasta mi casa.
-Y estarás de acuerdo en que lo comprobemos – pero no le dejé contestar. Cogí el puñal de plata y se lo clavé en el estómago bajo la mirada de todo el grupo.
Para nuestro asombro, el joven ni se inmutó. Se sacó el cuchillo y me lo devolvió. No había sangre ni cicatriz. Absolutamente nada.
-¿Pero cómo…? – mi padre estaba en un estado entre asombrado y preocupado.
-No soy el hombre lobo como has podido comprobar – me contestó cuando me entregaba mi arma, mirándome a los ojos. – Vaya, que caliente tienes la mano – observó al rozármela.
-Tú, que la tienes muy fría.
-Permitidme que os de aposentos. Necesitáis recuperaros de las batallas y tenemos que averiguar como cazar al lobo restante. Tened en cuenta que éste es el más fuerte, pues ha conseguido burlaros y sobrevivir.
-Luna lo hirió con su daga pero consiguió escapar.
-¿De veras? – preguntó mirándome de nuevo – Veo que eres una caja de sorpresas, querida.
-Y tú un arrogante – dije en voz muy baja. Ese hombre no me caía bien. Tenía algo.
-Estará débil. Necesitamos capturarle antes del mes siguiente.

Pudimos descansar, asearnos, comer y cenar. Esa noche era la última luna llena del mes y al tener mi padre la daga, podría evitar transformarse. Podía descansar tranquila. No habría caza esa noche pero estaríamos allí recluidos hasta que hallaran la forma de aniquilar a la bestia y poder volver seguros a casa.
La noche pasó tranquila y la mañana amaneció radiante. El cansancio había desaparecido y con él las ojeras. Tenía ganas de ver como estaba mi padre, seguramente recuperado de la herida que le causé. De manera que me vestí y puse rumbo a su habitación, pero cuando llegué, un grupo de hombres se encontraban allí de pie, rodeando algo en el suelo.
-Tema resuelto – contestó el cazador enseñando su collar. Todas las cuentas apagadas.
-No – grité al verlo en el suelo, muerto. -¿Qué ha pasado?
-Tu padre era el lobo – contestó el cazador.
-Ralladuras de plata en la comida y la cena – comenzó a explicar el Conde – inofensivos para una persona pero mortales para un licántropo.
-¡Has matado a mi padre! – me abalancé sobre él para descargar toda mi ira con actos poco propios de una dama.
-Luna, no entiendes la situación, tu padre era un asesino.
-Mi padre era una persona con una maldición, o un don que no podía controlar. ¿Acaso matáis a las personas por ser de otra raza o color?
-Dejadla sola – dijo Varus obligando a todos a salir de la habitación, dejándome a solas con el cadáver de mi padre.

No controlé el tiempo que pasé allí, abrazada a él, llorando, maldiciendo a todos. Había perdido al ser que más amaba en este mundo. ¿Cómo iba a volver a casa? ¿Cómo se lo iba a decir a mi madre? ¿O ya lo sabría? Una rabia que antes no había sentido se apoderaba de mí. Quería venganza, sangre, destruirlos a todos como ellos habían hecho con mi padre. Que sufrieran poco a poco, lenta y dolorosamente. Esto no iba a quedarse así.

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