Sueños de Plata 5
Joven, apuesto, gallardo, así era el Conde Varus. A pesar de tener más años
que aquel cazador, apenas aparentaba mis diecinueve años. Podría ser el hombre
lobo, sino supiera que era mi padre. Pero aquel hombre era muy joven, y los
licántropos envejecían.
-Buenos días Conde.
-Buenos días. ¿Qué te trae por aquí amigo? – aún se acordaba del cazador.
-Como bien sabes es noche de lobos. Queda solamente uno – le enseñó el
collar – y sus huellas han llegado hasta aquí.
-Entiendo – comprendía a la perfección lo que su amigo le estaba diciendo.
-Y queremos saber... – continuó diciendo.
-¿Eres tú el hombre lobo? – pregunté.
-No – contestó seguro de si mismo.
-Eso ya lo sabíamos – se apresuró a aclarar el cazador.
-Eso es lo que dices tú, pero yo no me fío.
-Es normal que desconfieis. Todas las pistas llegan hasta mi casa.
-Y estarás de acuerdo en que lo
comprobemos – pero no le dejé contestar. Cogí el puñal de plata y se lo clavé
en el estómago bajo la mirada de todo el grupo.
Para nuestro asombro, el joven ni
se inmutó. Se sacó el cuchillo y me lo devolvió. No había sangre ni cicatriz.
Absolutamente nada.
-¿Pero cómo…? – mi padre estaba
en un estado entre asombrado y preocupado.
-No soy el hombre lobo como has
podido comprobar – me contestó cuando me entregaba mi arma, mirándome a los
ojos. – Vaya, que caliente tienes la mano – observó al rozármela.
-Tú, que la tienes muy fría.
-Permitidme que os de aposentos.
Necesitáis recuperaros de las batallas y tenemos que averiguar como cazar al
lobo restante. Tened en cuenta que éste es el más fuerte, pues ha conseguido
burlaros y sobrevivir.
-Luna lo hirió con su daga pero
consiguió escapar.
-¿De veras? – preguntó mirándome
de nuevo – Veo que eres una caja de sorpresas, querida.
-Y tú un arrogante – dije en voz
muy baja. Ese hombre no me caía bien. Tenía algo.
-Estará débil. Necesitamos
capturarle antes del mes siguiente.
Pudimos descansar, asearnos,
comer y cenar. Esa noche era la última luna llena del mes y al tener mi padre
la daga, podría evitar transformarse. Podía descansar tranquila. No habría caza
esa noche pero estaríamos allí recluidos hasta que hallaran la forma de
aniquilar a la bestia y poder volver seguros a casa.
La noche pasó tranquila y la
mañana amaneció radiante. El cansancio había desaparecido y con él las ojeras.
Tenía ganas de ver como estaba mi padre, seguramente recuperado de la herida
que le causé. De manera que me vestí y puse rumbo a su habitación, pero cuando
llegué, un grupo de hombres se encontraban allí de pie, rodeando algo en el suelo.
-Tema resuelto – contestó el
cazador enseñando su collar. Todas las cuentas apagadas.
-No – grité al verlo en el suelo,
muerto. -¿Qué ha pasado?
-Tu padre era el lobo – contestó
el cazador.
-Ralladuras de plata en la comida
y la cena – comenzó a explicar el Conde – inofensivos para una persona pero
mortales para un licántropo.
-¡Has matado a mi padre! – me
abalancé sobre él para descargar toda mi ira con actos poco propios de una
dama.
-Luna, no entiendes la situación,
tu padre era un asesino.
-Mi padre era una persona con una
maldición, o un don que no podía controlar. ¿Acaso matáis a las personas por
ser de otra raza o color?
-Dejadla sola – dijo Varus
obligando a todos a salir de la habitación, dejándome a solas con el cadáver de
mi padre.
No controlé el tiempo que pasé
allí, abrazada a él, llorando, maldiciendo a todos. Había perdido al ser que
más amaba en este mundo. ¿Cómo iba a volver a casa? ¿Cómo se lo iba a decir a mi
madre? ¿O ya lo sabría? Una rabia que antes no había sentido se apoderaba de
mí. Quería venganza, sangre, destruirlos a todos como ellos habían hecho con mi
padre. Que sufrieran poco a poco, lenta y dolorosamente. Esto no iba a quedarse
así.
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