LAZOS DE SANGRE 11
-Oye, Adrián, tengo que decirte algo
– Linkshandige
quería contarle la conversación con Carla. Se sentía obligado a decírselo y, a
la vez pensaba que con eso le haría entrar en razón y dejar esta sed de
venganza que tenía.
-Ahora no puedo. Nos estamos preparando para el
ataque de esta noche.
-Pero la luna llena fue ayer, hasta dentro de
veintiocho días no volverá a salir.
-Pero con la fuerza de la luna azul tenemos algo
de ventaja, así que lo intentaremos todas las noches.
Adrián estaba fuera de control. Quizá lo que le
dijo Carla de convertirse en el alfa no era tan mala idea. Tendría que desafiar
a Adrián y vencerle. No era el momento más oportuno porque bajarían la guardia
pero quizá más tarde sería peor.
-Hola Linki, ¿qué te pasa? – Carla estaba en el
jardín y como era vecina de Linkshandige lo vio llegar.
-Es Adrián, se ha vuelto loco.
-¿Cómo?
-Quiere atacar todas las noches. No va a salir
nada bueno de todo esto.
-Tienes razón.
-Quizá tenga que seguir tu consejo y desafiarlo
para parar toda esta locura.
-¿De verdad?
-Si. Esta noche, cuando nos reunamos.
-Perfecto – contestó muy contenta Carla. –
Tenemos que prepararnos, descansa Linki.
Auque lleno de nervios, Linkshandige sabía lo
que tenía que hacer y cómo hacerlo. Era por el bien de la manada, por el bien
de Adrián y, sobretodo, por el bien de Carla. Valor, era lo que necesitaba. En
un año había pasado de chico marginado a posible líder de un peligroso y
hormonal grupo de depredadores. Necesitaba el consejo de su abuela, su apoyo,
pero no le caía bien Carla y siempre que aparecía una desaparecía la otra.
Tendría que soportar el paso del tiempo solo. Los nervios no le dejaban comer
pero tenía que estar fuerte ya que posiblemente tendría doble lucha, una con
Adrián y otra con las panteras.
Llegó la noche. Linkshandige paseaba de un lado
al otro de la habitación, nervioso. Había quedado con Carla para ir juntos al
lugar de reunión, pero llegaba media hora tarde. No podía esperar más, tenía
que irse. Con el valor que podía conseguir en ese momento, salió de su casa en
dirección al desierto. Tenía que ir como humano para poder hablar con Adrián
sin la influencia de la ira.
-Ya era hora – exclamó Adrián al verlo llegar.
-Siento el retraso.
-Bueno, este es el plan – comenzó a explicar
Adrián.
-Espera un momento – intervino Linkshandige. –
Yo no estoy de acuerdo con esto. Te he seguido hasta ahora pero es una locura.
-¿Qué dices? – se empezaban a oír murmullos del
resto de la manada.
-No puedes seguir con esto. Utilizar a la manada
para algo personal, es peligroso.
-Solo quiero quitarnos de encima a las panteras.
Eso si que es un peligro.
-No, el peligro eres tú. – Tal y imaginó Linkshandige
Adrián comenzó a enfadarse y entro en fase ciego de la rabia y la ira.
Desafiaba a Linkshandige enseñándole los colmillos. No tenía más remedio que
luchar. El resto de los chicos se apartaron asustados viendo como los dos lobos
se enzarzaban en una sangrienta pelea.
En el momento en que Linkshandige le clava los
colmillos al cuello a Adrián aparecen las panteras abalanzándose contra la
manada que estaba distraída y en fase humana. ¿Cómo sabían que estarían ahí?
No, no estaba bien, había sido mala idea. Con la manada en fase humana y el
alfa fuera de combate, la victoria era de las panteras. Linkshandige giró la
cabeza y vio de pie, detrás de las panteras a Carla. Estaba observando la
pelea. La mayoría de la manad había conseguido entrar en fase. No atacaban, no
podían, solo se dedicaban a proteger a los suyos, a los que no habían tenido
tiempo de transformarse y a Adrián que estaba tendido en el suelo inconsciente.
-¿Qué hacemos? – preguntó mentalmente alguien a
quien no había escuchado nunca, aquel lobo blanco.
-Pero Carla…
-Esa chica te ha traicionado y como puedes ver,
no soy yo. Tú eres ahora el alfa. Decide.
Decisiones y más decisiones. Aquello era culpa
suya. Por no escuchar y dejarse llevar. La traición estaba a la vuelta de la
esquina.
-Está bien. Hay que deshacerse de esos gatos
traicioneros pero ahora lo principal es proteger a la manada. Formad un círculo
y mantened en el medio a los humanos y a Adrián. Cualquiera que quiera meterse
en medio lo degolláis, sean humanos o panteras. – y girando la cabeza volvió a
mirar a Carla que lo observaba seria.
Varios de ellos cayeron inconscientes por las
heridas. Era demasiada presión, pero seguían vivos. Las panteras tuvieron unas
cuantas bajas definitivas, pero habían conseguido debilitar a la manada.
Volverían a intentarlo.
-¿Cómo está? – preguntó Linkshandige a la madre
de Adrián cuando entró en su casa a la mañana siguiente.
-Débil, pero se recuperará.
-Lo siento.
-Tú no tuviste la culpa Linkshandige. Él estaba
ciego de ira, solo quería venganza y no estaba en condiciones de dirigiros. Es
lo mejor que habéis podido hacer y él lo sabe. Confía en ti.
-Pero fui traicionado, influido.
-Aunque seáis seres sobrenaturales, tenéis una
parte humana. Es normal, todos cometemos errores. No te preocupes. Ve a casa y
descansa.
Lo necesitaba. Dormir, descansar. Pero antes
tenía que ver a su abuela. Contarle lo que había pasado, pedirle perdón por no
escucharla cuando le demostró su desconfianza hacia la vecina. Entró en su
habitación pero estaba profundamente dormida en su cama. Aunque se despertara
seguramente no lo vería ya que tenía las gafas cuidadosamente dobladas en su
mesilla de noche. Al marcharse se fijó en una foto que no había visto. La boda
de su abuela. Se veía a una feliz muchacha vestida de blanco. ¿Dónde había visto esa cara? No era en más fotos,
sino en un recuerdo.
-Piensa Linkshandige – se dijo a sí mismo en un
susurro. Empezó a hacer memoria y al final dio con el momento. Fue la noche
anterior, cuando los panteras se disiparon. Ellos pudieron salir de fase. El
lobo blanco que desapareció rápidamente. Salió de fase, ayudó a los chicos y se
marchó sin dejar que le viera, pero Linkshandige tiene una gran memoria y una
vista muy rápida. ¿Cómo podía ser su abuela aquel lobo? Ella misma le contó que
era una pantera y que los genes en las mujeres no se activaban. En esa frase
tenía que haber pensado cuando habló con Carla. Se dio la vuelta y allí estaba
la anciana, de pie, mirándole con esos ojos que Linkshandige tanto soñaba. Sin
gafas no se había fijado, pero ahí estaba la prueba de que su abuela lo
protegía, estaba siempre con él y sabía lo que pasaba en cada momento. ¿Pero
cómo era posible?
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