Caretas
Cuando conocemos a alguien ya
formamos una primera impresión de él con la desconfianza de que esa persona
puede llevar una careta puesta, fingir lo que no es. Lo que no sospechamos es
que hasta la gente en la que más confías, tus padres, tus hermanos, tus hijos,
pueden llevar también una careta. El mundo está lleno de mentirosos, pero no
imaginamos como de grande es la careta de algunos.
Mi historia comienza un mes de
julio. Había cortado con mi novio tras diez años de relación. Según él yo era
demasiado aburrida, planificadora. Yo quería casarme pero él quería seguir
saliendo de fiesta. Estaba desolada. Vivíamos juntos en una casa que yo había
comprado. Mi familia siempre había tenido dinero de modo que ese tema no me
preocupaba.
-Cariño,
¿estás bien? - me preguntó mi padre desde su asiento en el avión a mi lado.
-Sí
papá, no te preocupes.
-Déjala,
Juan. Ya sabes que ha accedido a venir con nosotros porqué no tiene a nadie más
con quién ir.
-¡Mamá!
– a mi madre le aterraban los aviones y para poder viajar en ellos bebía. Pero
cuando bebía se volvía… bueno, ya lo habéis visto.
-Ángela,
nuestra hija ha terminado una relación, deja que se anime un poco.
-Bueno,
bueno. Si en las islas Palmyra va a olvidarse de ese capullo de Pedro, le
apoyaré en todo.
Así
era mi familia, unos soles, pero se metían con cualquiera a la mínima
oportunidad. Había decidido irme de vacaciones con mis padres. Todos los
veranos elegían un lugar exótico y este año quería probar yo también. Como mi
madre había dicho, yo era planificadora y previsible. Eso era lo que quería
cambiar. De modo que dejé las maletas en la habitación, sin deshacerlas y bajé
a la playa con el abrigo todavía puesto. No iba a planear nada, solo a esperar.
Las sorpresas siempre vienen solas, y eso era lo que quería.
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