WOLVERINE VILLAGE 6
El gallo volvió a cantar y Cassandra se despertó como nueva, sin un solo dolor, descansada y ligera como una pluma, con ganas de trabajar y de hacer ejercicio. El armario estaba lleno de camisas, faldas, vestidos y corsés. Eran preciosos y suaves. Eligió uno verde con las mangas en blanco y un lazo de seda en la espalda. En el tocador del baño tenía coletas, lazos y diademas para poder arreglarse.
-Esto es mejor que unas vacaciones – estaba contenta, le daba igual que fuera una sirvienta o que tuviera que limpiar el resto de su vida, estaba feliz. Al atarse el lazo del vestido se dio cuenta de que las cicatrices de la espalda habían desaparecido, como por arte de magia. Acabó de acicalarse, eligió una diadema verde clarito para quitarse el pelo de la cara, dejó que los tirabuzones le cayeran por la cintura y se echó algo de perfume por encima. Olía como nunca.
-El desayuno está listo – anunció una chiquilla bajita – baja a la cocina.
-Ya voy, gracias Margaret – vaya, tenia derecho a desayunar. Lo dicho, era perfecto.
El día pasaba más rápido si se había desayunado. Iba con fuerzas y no tenía que aguantar a pulso los duros trabajos físicos que tenía que realizar. En dos horas se había limpiado las mazmorras, los dormitorios y el salón donde hace dos noches le había salvado la vida a Darek. No lo había visto en su mañana de trabajo. Siempre solía estar en el salón mirando por la ventana al descuidado jardín trasero. Se pasaba horas ahí parado. Pero ese día no estaba allí, sino en la biblioteca, el salón que se disponía a limpiar Cassandra.
-Buenos días, ¿qué tal se encuentra hoy? – le preguntó a Darek cuando lo vio sentado junto a la chimenea leyendo un libro. Había una chimenea en cada habitación de ese castillo.
Tras no obtener respuesta se puso a limpiar. El silencio incómodo que residía en la habitación sólo se interrumpía por el ruido que causaba Darek al pasar las hojas de su libro. De modo que con el silencio como melodía limpió la habitación y echó más leña en la chimenea. Solamente le quedaba correr las cortinas para dejar que entrara luz en la habitación.
-Te vas a caer – fue lo que le dijo Darek sin levantar la vista del libro cuando Cassandra se subió a una escalera para realizar su tarea.
-Tengo que correr las cortinas. No sé cómo puedes leer con esta oscuridad.
-La luz de la chimenea es suficiente – seguía sin levantar los ojos del libro.
-Te vas a dejar los ojos.
Mientras mantenían esa discusión, ella intentaba correr las cortinas pero estaban enganchadas con clavos seguramente puestos por Darek para no dejar entrar la luz. Tiraba y tiraba de las cortinas con tanta fuerza que al final cedieron dejando paso a una brillante luz de la mañana pero con la mala suerte que venciera el peso de Cassandra y se cayera de la mesa. Esperaba golpearse contra el suelo pero algo suave frenó la caída.
-Te dije que te ibas a caer – Darek la había cogido sin hacer el menor ruido.
-Gracias – dijo Cassandra poniéndose la mano en el corazón. Lo tenía acelerado.
-No cometas más estupideces.
-Pues abre las cortinas.
-Veo que la testarudez y el tomar decisiones como si ésta fuera tu casa son tus mayores virtudes.
-Gracias a ellas sigues vivo – El rostro de Darek cambió y se acercó a la ventana para mirar a través de ella. – Gracias – dijo al fin, cuando Cassandra se disponía a salir de la habitación.
-¿Por qué?- preguntó al volverse, sin salir de la habitación.
-Por todos tus cuidados, por salvarme la vida y por estar toda la noche conmigo.
-Fue tu tío el que estuvo.
-Aunque la fiebre no me dejara un minuto de consciencia, te reconocí cuando abrí los ojos. Era tu mano la que sujetaba la mía, y no la de él.
-Bueno, hice lo que tenía que hacer – dio media vuelta y salió de la habitación pero un “espera” de Darek y el suave contacto de su pata en su espalda la detuvieron.
-Toma esto – le dio un manojo de folios encuadernados con hilo de oro y una pluma.
-¿Qué es?
-Sé que te gusta escribir. Es mi forma de agradecerte lo que has hecho.
-Con el cambio de habitación era suficiente.
-De todos modos quiero que lo aceptes – el cuaderno era precioso y la pluma muy suave y elegante. Los aceptó y emprendió la marcha hacia su habitación. -¿Te puedo hacer una pregunta? – la voz de Darek sonaba un poco lejana.
-Claro – contestó Cassandra deteniéndose para mirarle.
-¿Por qué me tuteas?
-Por que es la única manera de que trates conmigo – aclaró tras una leve sonrisa y se marchó.
No se daba cuenta de que el regalo le había hecho ilusión. Caminaba deprisa pensando en el momento vivido en la biblioteca y el una mueca extraña que Darek le había hecho al escuchar la última respuesta, parecía una sonrisa de alguien al que se le había olvidado como hacerlo. Y sobre todo, volvió a experimentar la misma sensación que tuvo la primera noche en su habitación. Aquella pelusa suave que le recorría la espalda, igual que al salir de la biblioteca, cuando las zarpas de aquella criatura le rozaron la espalda.
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