Wolverine village 3
-¿Estás bien? – Cassandra oyó que alguien le preguntaba tras la puerta de la mazmorra donde se encontraba.
-¿Qué ha pasado? - preguntó levantándose del suelo.
-Entraste en la sala prohibida y el señor te castigó, no debiste hacerlo.
-¿Qué?
-Tienes la espalda llena de latigazos. Has pasado una semana entera insconsciente.
-Vete a hacer tu trabajo y déjame entrar – esa voz de ultratumba volvía otra vez haciendo que la visita desapareciera. Las puertas de las mazmorras se abrieron y en ella entró algo que parecía ser un lobo caminando erguido, con pelo negro, patas musculosamente fuertes y una mirada distinta a la de cualquier animal. Los ojos eran completamente humanos, quizá lo único humano de ese ser. Cassandra casi se vuelve a desmayar al ver semejante cosa. – Ten, come. En cuanto acabes vete a limpiar el castillo, está demasiado sucio y tus vacaciones han acabado. Por cierto, intenta no desmayarte.
-No te tengo miedo – constestó al fin levantandose bruscamente y acercandose a aquella bestia, mirándole fijamente a los ojos.
-¿Después de nuestro último encuentro? Eres más tonta de lo que me figuraba.
-Y tú un arrogante déspota malhumorado. No se lo que eres ni como has llegado hasta aquí o porqué todo el mundo está encerrado en este castillo, pero te aseguro que no me vas a manipular como a esta pobre gente.
-Vaya vaya, la princesita descarriada se atreve a alzarme la voz – le dio un manotazo que la hizo estrellarse hasta la pared del fondo.
-No. Solamente me atrevo a hablarte como a un ser humano que ha perdido la cabeza, aunque de ser humano no tengas nada – oir esas dos palabras lo dejó sin aliento, “ser humano”.
-Come. – Y se fue dejando la puerta abierta.
Era extraño el cambio drástico de humor de Cassandra. Estaba muerta de miedo pero sabía que de ese sentimiento se fortalecia aquel ser, y tenía que plantarle cara. Sabía que aquella cosa tenía sentimientos, por como lo dejó sin palabras al salir de la mazmorra. Era la única persona que podía hacerle frente y no caer bajo sus garras. A partir de ahora, su vida sería mucho más peligrosa, pero también tendría que ser mucho más fuerte. Se había propuesto llegar al fondo de ese asuntó y romper cualquier maldición que estuviera encarcelando a aquellos pobres hombres y mujeres residentes del castillo. Sabía que iba a soportar muchos más latigazos y mamporros, pero había descubierto que su “casero” no era de piedra, tenía un corazón.
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