Recuerdos de un Ánima 46

viernes, 29 de junio de 2012


ESMERALDA

Esta es la historia de Esmeralda, una humilde trabajadora de la corte de la Reina. Era alegre y bastante enérgica, necesario para trabajar en los establos. Tenía la piel blanca ya que no salía de las cuadras, el pelo dorado cual destellos de sol, ojos verdes como su nombre y una habilidad con los caballos heredada de su padre. Huérfana de nacimiento quedó a cargo de la Reina que la encerró en los establos de niña y no la dejó salir de allí.
-El mundo es muy cruel, pequeña – es lo que le decía cuando Esmeralda quería salir afuera.
La Reina era una mujer también muy hermosa, cabellos negros como el carbón pero totalmente enloquecida en busca de juventud y belleza. Se hacía mayor y no tenía herederos. Su búsqueda por un marido era cada vez más sangrienta. Toda su corte andaban en busca de uno y si fracasaban, simplemente desaparecían. El pueblo comentaba que la Reina era una bruja, que convertía a la gente en animales y monstruos y hacían que se destruyeran unos a otros.

-¿Habéis oído la noticia? – comentaban un día los trabajadores de los campos reales.
-Si, la Reina tiene un pretendiente.
Esos días fueron bastante ajetreados. Todo tenía que estar perfecto para la llegada del Príncipe, los aposentos, la comida, los caballos…
-Esmeralda, prepara dos caballos, la Reina y el Príncipe saldrán a dar un paseo.
Así que le tocó la tarea a ella. Era la única persona que se acercaba a los caballos. Estos animales no toleraban que ninguna otra persona lo hiciera.
-¿Están ya los caballos? – preguntó la voz de un hombre a las espaldas de la joven.
-Sí señor – contestó ella volviéndose para entregar los animales.
-Vaya – era el Príncipe y se había quedado anonadado por la belleza de la chica.
-Tome señor – ella le entregó las riendas con la cabeza baja pero cuando sus manos se rozaron no pudo evitar subirla para mirar sus ojos.
-¿Pero que es esto? – la Reina estaba en la puerta del establo.
-He venido a recoger nuestros caballos.
-Ya veo – la reina hablaba sin dejar de mirar a la joven.
-¿Nos vamos querida?
-Si, adelántate – le ordenó la Reina. – Tú y yo hablaremos más tarde.

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