LA MORADA INFERNAL 4
-¿Qué vamos a hacer? – estaban histéricos, el
cuerpo sin aparecer.
-Llamad a Pedro.
-No está – anunció Elena. Se quedaron mirando,
otra desaparición.
-Por favor, buscadlo.
Con los pelos de punta y los nervios a flor de
piel se pusieron a buscar a Pedro. Lucía y Aurora fueron al cobertizo y Roberto
y Juan al lago. Bucearon y nada, movieron cajas del cobertizo y no aparecía.
-¿Habeis encopntrado algo? – preguntaron los
chicos.
-Nada.
Decidieron separarse para poder encontrarlo más
rápido. Algunos por el bosque y otros por los alrededores de la mansión. Horas
andando sin resultado hasta que el grito de Lucía los hizo reunirse.
-¿Qué pasa?
-Mirad – señaló al suelo y se veía una mano salir
de la tierra, sin vida.
-Vamos a desenterrarlo – le dijo Roberto a Juan y
al acabar vieron que, efectivamente, Pedro había muerto enterrado vivo. Tenía
las uñas llenas de tierra intentando escarvar para salir.
-¿Quién nos está torturando? – Lucía era un mar de
lágrimas.
-¿No recordais este lugar? – una voz
fantasmagórica los asustó.
-¿Quién ha dicho eso? – miraron en todas
direcciones pero no vieron el origen.
-Juan, no se parece a... – comenzó a decir Aurora.
-¿A qué? – Lucía quería resolver todas las
incógnitas.
-Si pero, no creerás que.. – continuó Juan.
-¿¡Creer que!? – Lucía estaba a punto de estallar.
-Pues.. – Juan decidió comenzar a contar su relato
cuando la arena del suelo comenzó a hundirse bajo sus pies abriendo un agujero
y cayendo dentro junto al cadáver de Pedro.
-¿Estáis bien? – preguntó Roberto.
-Mirad – señaló Juan. El cuerpo de Lucía estaba
tambien en aquel agujero.
-Esto es macabro. ¿Qué psicópata ha hecho todo
esto?
-¿Creeis en fantasmas?
-¿A que viene esa pregunta Juan? - Lucía estaba desconcertada.
-Escuchad. ¿Os acordáis del botellón que hicimos
hace quince años?
-¿En el que desapareció Megara? – Preguntó
Roberto.
-Si. Pues fue exactamente en este lugar donde
ocurrió todo. Aurora y yo nos escapamos a este lugar exactamente a darnos el
lote. No queríamos que nadie nos viera porque los dos teníamos pareja.
Estábamos quitándonos la ropa cuando oímos a alguien que se acercaba y nos
fuimos dejando prendas por el suelo. Nos escondimos para ver quien era y vimos
a Megara hablando por teléfono con alguien. De repente se enganchó con una camiseta
mía en el tobillo y cayó en un hoyo. Nos acercamos a verla pero se había roto
el cuello. Decidimos enterrar el cuerpo y no decir nada.
-Estáis completamente locos – sentenció Lucía. -
¿Quién se va a creer eso?
En medio de la discusión cayó un objeto en medio
de ellos procedente del exterior.
-¿Qué es eso?
-Un teléfono móvil.
-Es el móvil de Megara.
Miraron hacia la entrada del agujero y, sorpresa,
allí estaba yo, mirándoles con una sonrisa de oreja a oreja.
-Eso os pasa por hacer cosas malas.
Y con esta frase tan ingeniosa comencé a echarles
arena encima riendo con los gritos de mis últimas víctimas.
La venganza se sirve en un plato bien frío,
sobretodo cuando diez años después de mi muerte construyen una morada encima de mi
cuerpo.
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