Epifanías de un Ánima 3

jueves, 29 de agosto de 2013





Herencia familiar.

Pasaban los días y el frío azotaba cada rincón del pueblo. El aire agitaba las ramas de los pinos y hacía golpear las piñas con las paredes de los hogares. Ruidos por doquier que sacarían de sus cabales a cualquier persona pero a los que ya estaban acostumbrados los lugareños de Lania. La parta más grande de las casas era la despensa ya que en ella guardaban la leña, cosa muy importante en aquellos tiempos y la comida. La familia de Roșu era la que mejor pasaba el invierno ya que, al ser panaderos, poseían grandes hornos que les calentaban toda la casa y podían prepararse su propia comida. Otras familias como los pastores tenías que cuidar muy bien de sus rebaños ya que, por ejemplo las ovejas generaban una gran lana para hacer mantas para todo el pueblo. Eran muy importantes y podían morir de frío en el invierno o devorados por los lobos. Tenían que salir a pastar y siempre había un depredador acechando.

Había caído la noche y Roșu se encontraba sentada junto a una ventana, con la cortina parcialmente corrida. Sus ojos miraban en dirección al bosque. Aún seguía pensando en aquel enorme y gigantesco lobo que estuvo a punto de devorarla y de cómo cambió de idea tan súbitamente.

- Roșu, la cena está lista.
-Ya voy, mamá. – Corrió la cortina pero en ese segundo que empiezas a apartar la vista le pareció ver a su abuela parada frente a su cabaña, mirándola sin prestar atención al frío pero con una gran peculiaridad. Sus ojos no eran como siempre, brillaban con un rojo intenso.
-¡¿A dónde vas?! – gritaron al unísono sus padres cuando Roșu salió corriendo de la cabaña dejando la puerta abierta.
-¡Abuela! – gritó cuando llegó al lugar donde la había visto pero allí no había nadie. Sólo se escuchaba el viento y los aullidos y gruñidos de los lobos que indicaba una gran satisfacción porque habían conseguido algo para cenar. –No – susurró Roșu. Esa no era buena señal.
-Entra hija, por favor – le suplicó su madre.
-Ya no molestarán más por esta noche – comentó el padre al escuchar a los lobos – Ya tienen su cena.

Esa noche no podía conciliar el sueño. ¿En realidad había visto a su abuela? ¿Era a ella a quien habían capturado los lobos o se habían cenado a algún pobre animal? Idolatraba a aquella pobre anciana y al no poder verla al principio del invierno se había quedado muy preocupada. No quería que el último recuerdo que tuviera de ella fuera a su abuela tosiendo, muy enferma en la cama. Así que, cuando sus padres dormían, se levantó, cogió su capa roja y salió al bosque en busca de su abuela. El camino hasta su cabaña lo recorrió a gran velocidad. Al llegar hasta el último árbol se paró. Salía humo de la chimenea de su abuela.

-¡Querida! Gracias por la comida – le dijo su abuela nada más abrir la puerta.
-¡Estás bien! – contestó con un gran abrazo cuando la vio.
-¿Por qué no iba a estarlo?
-Te había visto esta tarde frente a la ventana de mi cabaña y de repente ya no estabas.
-¿A si? – No parecía sorprendida.
-Sí, y hace dos semanas cuando vine a traerte la cesta de comida no te encontré. Por cierto, ¿dónde estabas?
-En el cobertizo agrupando la leña.
-Abuela, en el cobertizo no había más que un…
No sabía cómo explicárselo.

-Será mejor que vuelvas a casa antes de que se despierten tus padres y ya sabes que madrugan.
-De acuerdo.
-Tranquila, ya ves que todo está bien.
-Cuídate viejita – y se despidió con un cariñoso beso.
La vuelta al pueblo fue tranquila. Roșu pensaba en su abuela, en la conversación llena de incógnitas y en que por lo menos, se encontraba bien. No pudo irse sin mirar de reojo aquel cobertizo. La cerradura estaba intacta, sin ningún rasguño y la puerta barnizada. Es como si no hubiera pasado nada. Algo que no podía decir de su casa. La puerta se encontraba abierta, los muebles destrozados y sus padres habían desaparecido.

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