Herencia familiar.
Pasito a pasito, Roșu se iba
alejando del cobertizo. A través de la puerta de madera, parcialmente
destrozada, se escuchaba una respiración ajetreada, semejantes la excitación
que siente un depredador segundos antes de capturar a su presa. Dos puntos
rojos se volvieron un rubí intenso cuando aquella cosa, de un salto, se plantó
delante de la joven la cual, intentando retroceder, tropezó cayendo en la
nieve. Su larga y negra melena cubría toda su cara. Se retiró el pelo y miró a
aquella bestia. Parecía un lobo pero tenía el tamaño de un elefante.
Con una gran lentitud y sin
levantar las patas de la nieve, aquella bestia se iba acercando a Roșu como si
fuera a comérsela lenta y relajadamente. Roșu no se movía, estaba paralizada
por el pánico pero, sin previo aviso gritó:
-¡No!
La bestia se detuvo en seco,
como si hubiera recibido una orden. Estaba desconcertado, confundido. Cerró los
ojos y se escondió en el bosque. Roșu también estaba confundida. No sabía que
había pasado ni que la había impulsado a gritarle de aquella manera. Seguía
tirada en el suelo con el corazón acelerado y sin saber qué hacer. Lo único que
podía, dejare a su abuela la cesta de comida y volverse a su casa antes de que
dieran el toque de queda. Estaba preocupada por la anciana pero no tenía en sus
manos el poder de hacer algo mas por ella de lo que ya hacía.
De camino a su casa, algo oscuro
la invadió, como un escalofrío. El incidente de esa tarde no sería el único
susto que tendría aquel invierno. Lo mejor estaba aún por llegar.
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