Herencia familiar.
-¿Qué ha pasado? – preguntó Roșu
a sus vecinos al ver su cabaña prácticamente en ruinas.
- No lo sabemos. Estábamos
durmiendo plácidamente cuando, de repente, empezamos a escuchar los gritos de
tu madre y aullidos dentro de tu casa.
Roșu entró en lo que quedaba de
su pequeña morada y vio muebles astillados, colchones rasgados y sangre por las
paredes. Algo se había llevado a sus padres o, peor aún, los había matado. Como
si se tratara de un subidón de adrenalina se tratara, salió corriendo de la
cabaña para buscar algún indicio sobre el paradero de sus padres cuando observó
huellas de lobo manchadas de sangre en la nieve. Entre el murmullo y
desconcierto de los aldeanos, la joven desapareció en el bosque intentando
averiguar algo. No podía quedarse de brazos cruzados. Eran sus padres, su
familia, y el responsable tendría que pagar por ello.
Siguió caminando horas cuando
vio que las huellas y la sangre se dirigían a un lugar, la casa de su abuelita.
La luz de la cabaña de la abuelita estaba apagada pero el cobertizo se encontraba
abierto e iluminado. Ruidos extraños y una agradable voz salían de allí.
-¡Cálmate, no pasa nada! – era la
voz de su abuelita pero, ¿con quién hablaba?
Sin hacer ruido se fue
acercando, poco a poco a la puerta hasta que, por una rendija entre dos tablones
consiguió ver el interior. Su abuelita se encontraba en el interior con dos
lobos. Uno el que le había atacado aquella vez, cuando le fue a entregar la
bolsa de víveres, y otro totalmente desconocido, de pelaje blanco y ojos
añarillos cual ámbar solidificado. El tamaño de este nuevo lobo era mayor que
el que ya conocía. Parecía algo más joven pero muy asustado y manchado de
sangre.
-¡No puede ser! – se susurró a
sí misma Roșu. Aquel joven y albino lobo llevaba en la boca la medalla de su
madre. Sin duda, era el asesino que estaba buscando pero, ¿qué hacía con la
abuelita?
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