Caretas 6
Al
terminar la luna de miel, regresamos a nuestra casa para estrenarla como un
matrimonio. El barrio era muy tranquilo con unos vecinos muy amables. Siempre
estaban sonriendo y haciendo cosas por la comunidad. Antonio se preparaba para
ir a su oficina. Seguía trabajando como arquitecto y yo me preparaba para ir a
la mía.
-
No te olvides de recoger los pasteles que encargué para la fiesta del barrio de
esta noche – le recordé.
-
No te preocupes.
Cogí
las llaves de mi coche y salí de casa. Yo entraba antes a trabajar, de modo que
Antonio recogía el desayuno y cerraba la casa. Mientras repasaba mentalmente la
exposición que tenía a primera hora busqué el bote de vitaminas que me había
encargado tomar el médico y me di cuenta que se me había olvidado. Estos días
atrás había tenido pequeñas recaídas debido al estrés, probablemente y el
medico me las mandó tomar.
-No
fastidies… - tenía que regresar.
Antonio
habría salido de casa así que estaría vacía, pero cuando llegué a mi garaje vi
que su coche aún estaba ahí.
-
Qué raro.
Entré
en la casa y estaba toda patas arriba. Parece que había entrado un atracador.
Las mesillas estaban volcadas, los colchones rajados y los cristales rotos. El
suelo estaba manchado y lleno de casquillos de balas. Me estaba asustando.
-¿Cariño?
– pregunté sin esperar respuesta preparándome para lo peor.
-Estoy
aquí. – Su voz sonaba desde la cocina, me acerqué y vi a un compañero de
trabajo de Antonio atado y amordazado en una silla.
-¿Pero
qué es esto?
-
Le han pagado por matarme.
-Antonio
no digas tonterías – le quité el pañuelo de la boca al hombre y fue cuando él lo confirmó.
-Si
no lo hago yo lo hará otra persona.
-Tenemos
que irnos – Antonio me agarró del brazo y salimos corriendo en mi coche, él
conducía.
-¿Quieres
explicarme qué está pasando? ¿Por qué te quieren matar?
-Alguien
me quiere ver muerto. Ayer en el trabajo recibí la llamada de mi antiguo jefe y
quería que volviera a trabajar para él. Seguramente sea él.
-¿Pero
en qué narices estabas trabajando? – su conducción temeraria me estaba
revolviendo el estómago.
-Era…
asesino a sueldo.
Esto
era increíble. Estaba casada con un completo desconocido.
-La
noche que nos conocimos te lo quise contar pero te dormiste.
-Ah,
y la culpa es mía ¿no?
-Pues
si no roncaras tanto me habrías escuchado.
Unos
disparos interrumpieron nuestra discusión que se había vuelto ridícula. El
compañero de Antonio se había desatado y nos estaba persiguiendo. De la
guantera de mi coche sacó Antonio un arma y con la mano izquierda comenzó a
disparar mientras conducía con la derecha. Me estaba volviendo loca. No conocía
a Antonio, no conocía a mis vecinos, mi vida era una completa obra de teatro
trágico.
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