Wolverine village 2
Comenzaba a despertarse y a sentir un gran dolor que le invadía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza. Estaba tumbada sobre un montón de polvo y paja. Cassandra levantó la cabeza y vió que estaba encerrada en algo que parecía un calabozo, pero de los del siglo XIV. Se levantó y se dispuso a caminar en dirección a la puerta pero un fuerte tirón en el cuello le hizo retroceder. Tenía un gran grillete atado al cuello, como si fuera un perro. Una gota de sudor le caía sobre la frente, levantó la mano para quitársela pero se dio cuenta de que era demasiado espesa. Sangre. Tenía un golpe en la cabeza.
-¿Donde estoy? – preguntó confundida sin esperar respuesta ya que no había nadie a su alrededor.
-En mi castillo – contestó una voz de ultratumba. Estaba aterrorizada, no sabía de donde venía esa voz ni de quien - ¿Cómo osas allanar mi morada?
-Lo siento, era solo...
-¡Silencio! – se oyó un rugido de un animal y a continuación dijo algo que no iba dirigido a ella – dadle un uniforme y explicadle su trabajo. No saldrás de este castillo niña estúpida, pagarás tu error sirviéndome de por vida.
La extraña figura se fue y la puerta de la mazmorra se abrió, apareciendo bajo el umbral de la puerta una mujer pequeña, con un uniforme negro y blanco.
-Hola querida, no te preocupes, no te voy a hacer daño – tenía la voz muy dulce.
-¿Quién era ese hombre? – preguntó Cassandra mientras se levantaba.
-Es nuestro amo, el señor del castillo. Ven que te cure esa herida.
-Pero...¿amo? ¿Por qué no salís de aquí? ¿Tanto miedo le tenéis?
-Si. No lo conoces, si lo hubieras visto, entenderías todo, además, no podemos salir del castillo. Hay una maldición echada sobre él y nuestro amo. Quien entra aquí, no puede volver a salir a no ser que él te libere, cosa que no ha ocurrido nunca. El tiempo está congelado aquí dentro.
-¿Pero que dices? No creo en maldiciones ni nada parecido.
-Tranquila, ya tendrás tiempo. Por ahora ponte esto y ven conmigo, te enseñaré el castillo – le dio un vestido amarillento de tirantes con algún enganchón que otro y soltándole el grillete la condujo por el castillo explicándole cada habitación, lo que era, cuando tenía que limpiarla y como tenía que dejar las cosas.
-¿Y esta? – señaló al pasar por una puerta cerrada, bastante grande y astillada.
-Aquí no puedes entrar, es zona exclusiva del señor.
-¿Pero qué hay?
-Nadie lo sabe, no podemos entrar, pero juró que aquella persona que entrara aquí, recibiría trescientos latigazos.
Los días fueron pasando y Cassandra, como Cenicienta, limpiaba cada rincón del castillo sin ver ni una sola vez al ser que la había encerrado en él, durmiendo cada noche en aquella mugrienta mazmorra y comiendo las sobras de las comidas de su amo. Era un completo infierno. De sol a sol, dos comidas al día si conseguía llegar a ellas antes de que se quemaran en la incineradora. Frotar arrodillada al suelo, viajes y viajes a la cocina para llenar un cubo de agua...
El tiempo pasaba, y sin calendarios ni relojes, Cassandra ya no sabía la fecha. Pero un día, avanzando por el pasillo más oscuro del castillo oyó un tic-tac a través de una puerta, la puerta prohibida. Se paró a escuchar, pero no había nadie cerca.
-No pasará nada porque entre a echar un vistazo – se dijo para sí misma. Asi que abrió la puerta y entró. La habitación estaba a oscuras, con las cortinas corridas. Solamente un rayo de luz débil asomaba por la esquina de una ventana, alumbrando una estantería con lo que parecía ser álbunes de fotos y recuerdos. En casi todas las páginas aparecia un joven apuesto con una cuadrilla de amigos haciendo excursiones por el bosque, la playa, etc.
-¿¡Qué haces aquí?! – al tiempo que se giraba para ver al individuo que había hablado, pero no le dio tiempo, un fuerte manotazo en la cara la derrumbó, y solo pudo ver unas garras negras en el suelo con bastante pelambrera antes de desmayarse. – Llévatela – es lo último que escuchó antes de perder el sentido.
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