MI GATITO
Era un año especialmente duro para Amanda. Comenzaba una etapa escolar nueva, la Secundaria, el instituto con los crueles adolescentes y profesores que no dudaban en desconfiar de ti y echarte la bronca por mirar la telaraña del techo en sus clases. Matemáticas le resultaban sencillas y la parte de Química dentro de las Ciencias eran interesantes para su cerebro pero las demás asignaturas le ayudaban a viajar a otro mundo en el que se sentía muy a gusto.
-Feliz cumpleaños hija.- Fue lo primero que oyó Amanda al despertar. Era el día de su decimotercero cumpleaños, un número especial para ella, su número de la suerte.
-Gracias – era lo que iba a contestar todo el día a su familia, amigos y algún que otro compañero de clase. Acabó de desayunar, cogió su mochila y su cuaderno especial que llevaba a todos los sitios. En ese cuaderno dibujaba lo que soñaba o escribía frases sueltas que le venían a la cabeza. Era, según ella, su llave hacia el mundo de los sueños.
Clase de Literatura, El Lazarillo de Tormes, que aburrido, es lo que pensaba Amanda. Llevaban una semana con la obra, leyéndola y analizándola página por página. Ella también analizaba, los contornos bien trazados del gatito que estaba dibujando en su llave de los sueños, un gatito con el que llevaba soñando un par de días, un gatito asustadizo, un gatito que… estaba viendo en ese mismo momento a través de la ventana, ¡ en el mundo real! De repente se le abrieron los ojos como platos, se los frotó para ver con más claridad pero el gatito había desaparecido.
-Serán imaginaciones mías – se dijo.
En cada cambio de clase veía a ese gatito por la ventana y al segundo había desaparecido. Era algo que ya le superaba, mucha imaginación tendría que tener para que algo que soñaba fuera tan real, como magia. Al igual que la rapidez con que ese día habían pasado las clases. Solo deseaba llegar a casa y al fin llegó la hora de salir y correr hacia su habitación para ver con más detalle su obra de arte.
-¿A dónde vas con tanta prisa? – le preguntó su madre, pero ella la estaba dentro de su cuarto, algo lejos para que pudiera escuchar su contestación.
Increíble, era exactamente igual que en su dibujo, y tenía algo tétrico y diferente a los demás gatos, ese minino era fantasmagórico, pero dulce e inocente, tan dulce e inocente como la mirada que le estaba poniendo desde su almohadón.
-¡Ah!!! – se asustó al verlo, acción recíproca del pobre minino. A los segundos, Amando estiró la mano para intentar tocarle pensando que el gato se movería o escaparía, pero ni se inmutó, seguía allí mirándola con esos ojos centelleantes. Llegó el momento del contacto, y notó una piel muy fría. Raro en un mamífero.
-¿Quieres leche pequeñín? – le preguntó al gato mientras dejaba el cuaderno encima de la cama. El minino espectral se levantó y le dio un cabezazo en la mano emitiendo un dulce y pequeño maullido. – Ahora vengo – y con paso decidido bajó a la cocina. Mientras buscaba un pequeño cuenco recordó el sueño en el que aparecía ese noble animal. Estaba ella recogiendo moras en un bosque profundo lejos de cualquier lugar conocido. En un instante de descuido aparecen tres lobos a cual mas fiero y baboso. Sin pensárselo dos veces ella deja el cesto en el suelo y echa a correr seguida por esos depredadores que iban aumentando de tamaño a la vez que aumentaba la lentitud de su marcha. Cuando ya casi ve encima a sus asesinos aparece iluminando la oscuridad ese felino tierno y pacífico cegando a los lobos e hipnotizando a Amanda o por lo menos eso creía ella ya que al mirar sus ojos escuchó una voz que le decía: deséalo con todas tus fuerzas. Y así hizo, deseó que esos tres lobos feroces se convirtieran en tres ratones blancos de ojos ensangrentados, como los de un laboratorio. En ese mismo instante su deseo se cumplió de manera que su compañero tenía la cena resuelta.
Al subir a su cuarto se llevó un apequeña decepción, ya que Salem, el nombre que le acababa de poner a su amigo, no se encontraba donde le dejó. La tristeza hizo ensombrecer el ambiente de su habitación, era como si la intensidad de las luces de las lámparas bajara gradualmente. Un segundo más tarde escuchó un maullido detrás suyo y al girarse vio a su amigo moviendo la cola frenético ante el cuenco de leche. Se lo dejó y el gato empezó a beber como si no hubiera probado bocado en una temporada. Fue a recoger el cuaderno para leer sus últimas notas pero el cuaderno no estaba. Lo buscó y lo buscó y al final lo encontró recogido en el armario de los zapatos.
-¿Cómo has llegado ahí? – le preguntó de forma sonriente mientras lo recogía. Se sentó en su escritorio y se puso a pasar páginas y páginas sin encontrar nada interesante hasta que vio una canción en las primeras páginas. Era una nana que le cantaba su abuela cuando era pequeña. Poco a poco las palabras le venían a la boca:
Canta, canta pequeña megueta.
Salta, vuela hasta la luna llena.
Cierra ojos y mira la veleta
Que guía y cuida tu precioso don.
Era pegadizo, tanto que lo repitió dos veces más y al acabar, sin verlo venir las bombillas de su habitación se fundieron y una luz brillante a su espalda iluminó la habitación. De Salem emanaban grandes destellos de luz. Amanda no podía creer todo lo que estaba viendo, todo lo que volaba por su habitación y todo lo que corría por su habitación. Los dibujos tomaron vida, las palabras daban vueltas en la pared como si las estuvieran proyectando, las puertas y los cajones se abrían y cerraban y el interior de su armario de la ropa vibraba con una intensidad elevada. Cerró los ojos deseando que cesara aquel alboroto y como si fueran órdenes el estruendo paró. Las imágenes se nublaban, la habitación daba vueltas y el suelo se volvía inestable. Gateando por el suelto buscó desesperada la cama para poder aferrarse a algo hasta que la luz le volviera a los ojos. Era como si se hubiera quedado ciega, como si se hubiera quedado dormida…
-Feliz cumpleaños Amanda – escuchó la voz de su madre. ¿No había vivido ya esto? Se despertó extrañada pero todo estaba exactamente igual que el día anterior, la misma fecha en el calendario, todo estaba normal, todo excepto su madre. - ¿Qué tal tus últimos sueños como mortal?
-¿Mis que?
-Muy buena Amanda, cómete el desayuno antes de que lo haga Salem y coge tu escoba o llegarás tarde a clase.
¿Escoba?¿Salem? ¿Qué era todo esto?
-Tu decimo tercer cumpleaños Amanda, es tu inicio como bruja.
Una voz le respondió a su duda cuando su madre se fue.
-Estoy aquí – miró a todos los lados sin ver a nadie, hasta que el gatito transparente le dio un zarpazo, - vamos vagoneta, no querrás perderte tu examen de Maleficios.
¿¡EL GATO HABLA!?